Pues el claro exponente de aquella época y que llenó los rallyes de asfalto de todo el mundo con su extraña y descompensada estética: el Renault 5 Maxi Turbo.
Partiendo de la base de un utilitario modesto, superventas de la época, al equipo Alpine, encargado de las preparaciones de competición de Renault, se le ocurrió fabricar un coche que sólo por su disposición mecánica, tracción trasera y peso reducido ya se perfilaba como el mejor candidato.
Colocaron un motor de apenas 1,4 litros en su inicio, con 160 cv de potencia y que, al final de su desarrollo consiguió llegar, gracias a su motor subido a litro y medio de cilindrada, turbo de geometría variable (mediante una manecilla en su interior para manejo del piloto) y la incorporación de un intercooler, a la nada despreciable cantidad de 350 cv.
Todas estas características mecánicas se encerraban en un coche de poco más de tres metros y medio al que hubo de sobredimensionar con fibra de vidrio para colocar las inmensas ruedas traseras, impulsadas por un motor central-longitudinal.
Un cambio insufrible, dirección dura como una piedra y por supuesto, el calor que desprendía ese motor detrás de nuestro cogote no era lo mejor para conducir, pero si que nos proporcionaba una “chispa” que difícilmente podemos disfrutar en un vehículo de la actualidad.
Éste vehículo siempre fue perseguido por una “leyenda negra”, falsa por supuesto de que cuando alcanzaba 4.000 rpm cuesta abajo, el turbo entraba en funcionamiento, realizando el efecto contrario del deseado (usar el freno motor) y que te hacía terminar en cualquier cuneta. “La caja de muertos” pasó a ser su apodo. Se sabe a ciencia cierta que todos estos accidentes se debieron a gente inexperta que modificaba el turbo.
Añoro aquel “culo gordo”, que al llegar a una curva veías como su trasera cobraba vida propia y dibujaba como tiralíneas la trazada.
¿Te atreverías a conducirlo a día de hoy?
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